Había una vez, en un bloque de viviendas de Alcorcón, dos familias que compartían piso.
Abel y Mixo, eran los padres. Las mamás eran Patri y Lúa. Las hijas Sofía y Wanda. Y los bebés Miguelito y Misifú.
Como habréis podido averiguar, Mixo, Lúa, Wanda y Misifú era una familia de lindos gatitos. Todos en armonía vivían bajo el mismo techo.
Y cada día, los miembros de las familias hacían sus tareas.
El papá Abel trabajaba de cámara de televisión y se levantaba muy temprano para ir a trabajar, siempre le acompañaba Mixo por si necesitaba ayuda con los cables, los micrófonos...
Patri y Lúa, las mamás, hacía unos meses que habían tenido a sus bebés, Miguelito y Misifú, pero ya se habían reincorporado al trabajo totalmente recuperadas.
Patri era enfermera y hacía el turno de noche en el hospital de la ciudad; Lúa le ayudaba con los enfermos que más cariño necesitaban, siempre se dejaba acariciar y ronroneaba con los pacientes más débiles.
Por las mañanas llevaban al colegio a sus hijitas, Sofía escondía a Wanda en su mochila y salvo que se lo pidiera nunca asomaba el hocico por la cremallera y se quedaba dormida al calor de la clase.
Miguelito y Misifú, los bebés, acudían a la guardería local, allí cantaban, comían y dormían la siesta hasta que los papás les recogían muy contentos.
A la hora de cenar, Abel y Mixo, preparaban deliciosos manjares para sus retoños. La especialidad de Abel era la pizza, siempre que la hacía de atún, los gatitos se relamían.
Cuando se iban a la cama, Patri por teléfono les contaba los cuentos más alucinantes para soñar con aventuras toda la noche.
Así, repartiendo las tareas, lograban llevar una vida muy feliz. Cuando alguien les preguntaban como lo hacían, ellos siempre contestaban que con mucho mucho amor.
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