Había una vez una familia de conejos que vivían en su madriguera. Eran muy felices en el monte Pajariel; tan verde, tan lleno de árboles y arbustos con muchos frutos.
Un día toda la
familia se despertó con un sonido sospechoso.
Crunch, cruch,
cruch, cruch – sonaba por todo el lugar.
El papá y la mamá
abrieron la puerta de la casa-madriguera lentamente.
¡Pero que ven mis
ojos! – exclamó el papá.
No puede ser, ¡no hay derecho! – dijo la mamá muy enfadada.
Delante de sus
narices había una ardilla comiéndose las zanahorias de su huerto.
Eh, tú, vete de
aquí, ¡este es nuestro huerto! – gritó desde la ventana el pequeño conejito.
La ardilla les miró
con los ojos un poco llorosos, puso pucheros
y agachó la cabeza.
- Lo siento, llevo
varios días perdida por este monte, ¿sabéis dónde está el parque del Temple?
Los papás se dieron
cuenta que la ardilla estaba realmente hambrienta, cortaron unas cuantas
zanahorias, unos frégoles, unos nabos y unas berzas, e hicieron pasar adentro
de la casa a la ardilla.
Se sentaron a la
mesa y mientras el papá preparaba las verduras, la mamá salió a buscar agua al
río Sil, que estaba muy cercano a su casa.
Los dos hijitos
conejos no entendían nada. Había pillado infraganti a la ardilla mientras les
robaba las verduras de su huerto, las
que tanto les costaba a sus papás cuidar, ¿Por qué sus papis habían dejado
entrar en la casa a un desconocido?
Pero en cuanto
vieron comer a la pobre ardilla, en seguida lo supieron.
- ÑAM, ÑAM, ÑAM –
comía la zanahoria.
- CRUCH, CRUCH,
CRUCH – masticaba los fréjoles.
- MUK, MUK, MUK –
“rañaba” los nabos con su dientecitos.
- CRAC, CRAC, CRAC
– engullía las berzas.
- GLUP, GLUP, GLUP
– y se bebió toda el agua.
La ardilla,
contenta y un poco avergonzada, dió una y mil veces las gracias a la familia de
conejos.
- ¡Muchas gracias,
amigos! Sólo me queda una última cosa, ¿podríais indicarme cómo llevar al
parque del Temple? Allí vivía con mi familia hasta que me entretuve buscando
piñones en un árbol y se me hizo de noche…
Sin problemas
ardilla, te acompañaremos encantados – dijo el papá mientras la mamá y los
hijos asentían con la cabeza.
¡Sí, sí, nosotros
también queremos ir al parque! – gritaban los conejitos.
Caminaron entre los
árboles, cruzaron un par de huertas, saltaron dos vallas de madera y giraron a
la derecha, después saltaron por el colegio de los niños y cruzaron una
carretera mirando muy bien hacia los dos lados y llegaron al parque.
¡Mirad, mirad!
¡Allí están mis padres! – dijo la ardilla.
Tras una pequeña
reprimenda, los padres de la ardilla le dieron un gran abrazo. Acudieron en
seguida a agradecer a los conejos la ayuda prestada a su hija.
Y así, conejos y
ardillas celebraron el reencuentro y la nueva amistad.